Como siempre, comparto con los queridos lectores de este blog una parte del reportaje que publiqué este mes en la revista Mundo Diners del Ecuador, acerca de otra pintoresca costumbre de Japón:

Cuando los niños han crecido, y no queda lugar en la casa para viejos amigos de la infancia, es hora de ir al templo y pagar por un digno funeral para los juguetes.
Nadie sabe bien cuándo comenzó, o de qué modo exactamente surgió en Japón tan particular tradición. En algunos templos budista y sintoístas, en Tokio, se dice que la practica nació hace unos 30 años, otros aseguran que hace más de 50. Lo único cierto es que, a pesar de ser una costumbre relativamente moderna, cada año más y más muñecas y peluches son incinerados en ciertos templos de Japón, luego de que sus propietarios consideran que han cumplido su trabajo en casa, y que es hora de que “descansen en paz”.

Esta vieja muñeca de porcelana, con su mirada perdida en el infinito, parece aguardar con resignación su destino fatal.
En la ceremonia, que se organiza cada octubre en el templo Meiji Jingu en Tokio, más de 40 mil juguetes son recibidos para su incineración. El evento, que dura dos días, convoca a cientos de personas, tanto para entregar muñecas como para observarlas.
El sistema funciona así: las familias pueden entregar desde una muñeca hasta una bolsa repleta de ellas. El personal del templo las recibe y coloca en exhibición, para que el público las pueda apreciar. Al cabo de los dos días, y en una ceremonia más privada, se recolectan todos los juguetes y se los incinera.
Por supuesto, tan pomposo “servicio funerario” no es gratuito. Por una muñeca se debe pagar alrededor de 7 dólares, mientras que deshacerse de una bolsa de juguetes, puede llegar a costar hasta 30.
¿Por qué alguien habría de pagar 30 dólares para quemar juguetes que, en muchos casos, ni siquiera lucen viejos?. Entre algunos japoneses existe la creencia de que los muñecos tienen un espíritu propio. Al cabo de cierto número de años, cuando el juguete ha dejado de ser utilizado o ha envejecido, es hora de que su espíritu se libere de él y descanse. Quemar el objeto es un modo de permitir a ese espíritu gozar de un merecido “descanso eterno”.

Los corredores del templo se llenan de juguetes durante el evento. En total 40 mil muñecas y peluches son incinerados aquí
Por supuesto, para muchos otros japoneses, esta no es más que una mera superstición sin sentido. Pero para aquellos que no están seguros de si creer o no, es mejor pagar 30 dólares para darle un digno funeral a su viejo juguete, que correr el riesgo de tener su espíritu vagando disgustado por la casa.
En el enorme patio a la entrada de Meiji Jingu, el personal del templo dispone a cada recién llegado de acuerdo con su categoría y condición. Con absoluta delicadeza acomodan a cada muñeco de modo que pueda mostrar al público su mejor rostro; y por el cuidado con el que los manipulan, nadie pensaría que dentro de poco los convertirán en tan solo cenizas.

Sin saber cómo llegaron tan lejos, este par de Equecos andinos también esperan su final. Su tiempo de prodigar riqueza y buena fortuna ha terminado.
El inusual “salón de velación” está abarrotado de personajes tan variados como el
Gato Cósmico, Mickey Mouse o Barbie. Y mientras en una esquina una congregación de osos de peluche espera la hora final; más allá, una multitud de muñecas tradicionales luce por última vez sus elegantes kimonos.
Para muchos de los asistentes hay bastante de absurdo en este “funeral” masivo. “Es un desperdicio. Sería mejor donarlos”, dicen varios, mientras caminan a lo largo de la exposición. Y más de un niño comenta apenado “¿No podemos llevarnos ese o aquel a casa?”.
Miles de rostros de plástico, tela y madera sonríen ante los visitantes, del mismo modo que en sus años mozos lo hicieron desde la vitrina de una tienda. Muchos ya lucen viejos, otros parecen estar en la flor de la edad. Pero sin importar su estado, no hay nada que salve a estos muñecos de su destino postrero. Han cumplido su labor y es hora de decirles adiós. Al fin y al cabo, luego de décadas de trabajar de sol a sol, hasta los juguetes merecen descansar en paz.
Cada país tiene sus costumbres que a la postre se vuelven parte de su folklore. Aquí en Ecuador en noviembre comemos muñecas de pan y en diciembre quemamos muñecos de cartón, y se han vuelto tan tradicionales que hasta se premian a los mejores.