Aquí en Japón, yo soy un alien con un tatuaje en el tobillo. Así, incluso en las calles repletas de gente extravagante, las miradas parecen caer todas sobre mi pierna derecha y la pequeña flor roja al final de ella.
Una moda popular entre las chicas aquí es vestirse de muñecas o de niñas. El atuendo se compone de pestañas postizas, pelucas, vestidos estilo Mary Poppins, zapatos de charol y medias con encajes, idénticas a las que yo usaba cuando tenía 4 años. Sin embargo, si yo paso por ahí con mi tímida flor en el tobillo, ni estas extravagante muñecas de 30 años podrán contener el deseo de girar la cabeza para auscultar curiosas mi tatuaje.
Japón es una nación de gente amable y apacible. Evitan hablar en el metro para no conturbar al resto y casi todos sus apartamentos están alfombrados, para minimizar los ruidos, que de hecho son pocos considerando que nunca utilizan zapatos dentro de casa. Por lo general son tolerantes con casi toda loca expresión urbana. Nadie parece perturbarse si ve pasar un grupo de muchachos con zapatos de plataforma y cabellos color de arcoíris, ni se escandalizan con los adolescentes maquillados como zombies o vestidos como Hello Kitty. Los japoneses son impasibles frente a casi todo, pero luego de este primer par de semana, ya he aprendido que no perdonan un tatuaje.
Lo que más llama mi atención son los jóvenes, para quienes no parecen existir límites en materia de su apariencia personal. Ya visité tiendas donde las asistentes tuvieron que ayudarme a comprender a qué parte del cuerpo correspondía cada prenda de vestir y confieso que si no fuera porque ya vi gente en la calle usando esa ropa, habría jurado que pertenecía al elenco de alguna extravagante obra de teatro.
Son jóvenes capaces de innovar en su apariencia de modos impensables y, sin embargo, ninguno se atreve a tatuarse. Y no se trata de que no les guste (ya he encontrado en la calle un sinnúmero de medias que simulan tatuajes y pegatinas para la piel) me inclino a pensar que nadie quiere enfrentarse a tan fuerte y tan generalizado prejuicio contra los tatuajes.
Muchas piscinas, e incluso gimnasios, prohiben la entrada de personas tatuadas. Y hace poco supe que en Osaka había sido materia de noticia el susto que un grupo de niños se había llevado al ver una persona del servicio de aseo municipal con un tatuaje. Según oí, hasta el alcalde se había pronunciado indicando que desde ahora ninguna persona con tatuajes podrá ser funcionaria pública. En fin, no me siento aludida, al cabo no pensaba postularme para ninguna vacante.
Obviamente, todo este estigma tiene su origen. Las mafias japonesas (los llamados yakuzas) se identifican por grandes tatuajes con símbolos del idioma japonés. Por supuesto, nadie piensa que una extrajera con una flor de 4cm en la pierna es parte de ninguna mafia asesina; sin embargo, el estigma se mantiene y hasta los más pequeños tatuajes generan ciertas miradas recelosas en la calle.
Por mi parte, estoy aprendiendo a convivir con esto de ser alien. Pronto llegará el otoño y se acabarán las faldas y mi flor podrá descansar mientras espera que regrese la primavera y con ella, las miradas. Allá en la tierra que tan bien conozco y tanto extraño, yo soy alguien más con una flor en la pierna, aquí en el lugar que ahora llamo hogar, soy una alienígena del planeta de los de la piel pintada. Sin embargo, a veces también es divertido ser el raro del lugar…
Hola Santy, no sabes como te envidio,!!!! Que rico wue estes en Japon y claro que sere una de tus fanaticas lectoras, puez me revoca a lis años que vivi en ese maravilloso pais.
Un abrazo y hasta la proxima.
posdata; un consejito colocate una bandita en tu tatuaje es mucho mas serio de lo que se cree.
Abrazos.
Entonces el Santi y yo estaríamos fregados por allá!!!! no podría salir con un shortsito ni nada ahora que tengo las dos pantorrillas tatuadas! Que loco no tenía idea!
Pues sí amiga, así es por estas tierras. Así que si me quieres venir a visitar tendrá que ser en invierno para que andes súper vestida jejeje… Un abrazo mi Gaby!