Saber levantarse y continuar

Me he mudado a Japón casi un año y medio después del gran terremoto y ahora comienzo a comprender todo lo que significa vivir en medio del inminente peligro. En occidente, en el otro lado del mundo, las noticias de Asia nos llegan como un eco de un lugar lejano, de un mundo que muy probablemente no lleguemos a conocer (yo misma nunca creí que viviría en Tokio) y sin embargo, mientras allá la desgracia de Japón nos conmueve durante la hora que dura el noticiero, aquí la tragedia se vive y se supera admirablemente.

«Aún no puedo creer que exista gente que me pregunte si sentí el terremoto», me dice durante un almuerzo la esposa de un diplomático que, como tantos otros, estaba aquí cuando sucedió la tragedia. Era una tarde de viernes como hoy y el sismo de 9 grados sacudió la tierra durante 6 minutos, convirtiéndose en el tercer terremoto más fuerte del mundo y el peor en toda la historia de Japón. Cómo habría sido posible no sentir tal estremecimiento que -según la NASA- desplazó a la isla japonesa más de 2 metros y alteró el eje de la Tierra en unos 10 centímetros.

Según me cuentan algunos amigos, tal fue la magnitud que por casi 10 minutos no era posible ponerse de pie y conseguir salir del edificio y durante al menos un mes no pasó un día sin que se sintieran tremores. «Y las réplicas eran de más de 6 grados», me explica un colega diplomático. «Era imposible dormir. Todas las madrugadas un temblor te despertaba. En una ocasión llegamos a tener tres de 6 grados en el mismo día», me dice, mientras yo reflexiono en que probablemente el mayor sismo que sentí en mi vida no debió ser mayor a 5 grados.

Tras el terremoto vino el Tsunami con olas de hasta 40 metros, y tras el Tsunami la explosión de los reactores nucleares en Fukushima. La dimensión del accidente, que obligó a evacuar a más de 45 mil personas, fue solo superada por la tragedia en Chernobil.

Hubo cortes de energía y fallas en la conectividad y las comunicaciones, muchos niños pasaron días desaparecidos debido a que el terremoto sucedió mientras estaban en la escuela y más de 20 mil personas murieron. Los servicios de transporte se suspendieron, los puertos cerraron, los vuelos se desviaron y al cabo de algunos días, tan pronto fue posible, miles de extranjeros huyeron. «Sentía que los japoneses tenían gratitud con los que nos habíamos quedado aquí. A pesar de su timidez conversaban con nosotros, creo que como un modo de demostrarnos aprecio», me confiesa una brasileña, según la cual, tras el terremoto era casi imposible encontrar un occidental en las calles.

Es un cuadro dantesco el que dibujo en mi cabeza y, sin embargo, mientras escribo desde la mesa de un café en el centro de Tokio, miro a la gente que me rodea, comiendo, riendo y haciendo sus vidas y parece que nada pasó ni pudiera pasar en el futuro. Yo admiro su tenacidad para construir una nación en uno de los sitios más riesgosos del planeta y hacer de él un placentero y organizado lugar para vivir, pero para que tal cosa suceda se requiere de un enorme nivel de organización.

Japón ha desarrollado una cuidadosa ciencia para convivir con el peligro. Toda oficina y departamento está obligado a tener siempre a mano un kit de supervivencia para cada persona, con implementos básicos en caso de quedar atrapado bajo los escombros. Periódicamente se realizan simulacros de evacuación y los edificios (desde casas hasta rascacielos) cuentan con los más sofisticados sistemas antisísmicos. Hay extintores y salidas de incendios en todas partes, y solo en mi casa conté al menos tres botones de emergencia (incluso uno en el baño) que sinceramente espero jamás tener que descubrir cómo funcionan.

Sin embargo, todos aquí me aseguran que durante mi tiempo en Japón al menos una vez sentiré esta tierra tremer y no puedo evitar pensar cuándo, cómo, dónde será. Pero aquí los japoneses saben bien que no es posible vivir sumergidos en tales preguntas. Y creo que es eso lo que más admiro hoy de ellos, no tanto su tecnología e ingenio para soportar los terremotos, sino su tenacidad y coraje para superarlos, ese arte suyo para levantarse y continuar…

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