Ginebra, donde todo y nada pasa

Ya he dicho que Ginebra no es la ciudad más vibrante de Europa. Difícilmente me encuentro aquí con experiencias tan curiosas como aquellas que de cuando en cando me deparaba Tokio. Es verdad que Ginebra es una ciudad de un ritmo lento y frío; sin embargo, nunca había mencionado que hay algo que la dota de un cierto encanto: Ginebra es el “Palacio de las Naciones”.

El título retórico y hasta algo cursi puede no significar nada, pero lo cierto es que es aquí en esta tímida ciudad donde se ubica la segunda sede más importante del Organismo de las Naciones Unidas, un enorme complejo arquitectónico rodeado de un bello parque con vista al lago Lemán y cuyo nombre es justamente ese: “Palais des Nations”.

Durante una de las sesiones del Alto Comisionado para los Derechos Humanos

Es necesaria una acreditación especial para ingresar, pero cuando eres galardonado con ella, nada hay más placentero que recorrer sus inmensos jardines al pedal de tu bicicleta. Aquí llegan más de 115 mil personas anualmente a visitar el complejo y sacarse la foto de rigor con la colección de banderas de los países miembros que engalanan la entrada principal.

Con aire de Torre de Babel, este es el centro de trabajo de más de 3000 funcionarios de los más diversos rincones del planeta; y mientras en unos salones algunos celebran reuniones bilaterales de alto nivel en otros hay paneles con representes civiles, políticos, religiosos y activistas del mundo entero. El complejo tiene 34 salas de conferencia y cerca de 3000 oficinas distribuidas en una infinidad de corredores. Mi corredor favorito, por supuesto, es el de la prensa. Unos 10 metros de largo con puertas para cada una de las agencias de noticias más importantes del mundo. Qué bien se siente pasar por ahí!

Un viejo amigo, en el parque frente al Palacio de las Naciones

La próxima semana concluye la última jornada de las largas y espinosas sesiones del Alto Comisionado para los Derechos Humanos. Al interior del Palacio de las Naciones día tras día se han reunido los representantes de los gobiernos para discutir asuntos como libertad de expresión, libertad de culto, violación de derechos, reparación a víctimas… Mientras que en la plaza frente al Palacio, día tras días diversos grupos de activistas se han plantado a protestar por una variedad de causas, desde los mártires de masacres en Sri Lanka hasta la libertad de expresión en Venezuela.

Dentro de los imponentes salones del Palacio muchas de las veces parece que nada avanza, que todo es una retahíla de palabrería política que no conducirá a ningún lugar. A veces parece que solo impera el cinismo, como cuando la semana pasada Israel pidió la palabra para destacar que el país es “un ejemplo de convivencia armoniosa entre personas de distinta fe”.

Yo misma no sé cuál será el resultado tangible de esos debates, pero confieso que algo de esperanza da ver a esos miles de individuos ahí, a veces peleando o ironizando, pero intentando dialogar al fin. Y es justo admitir que ese aire de Torre de Babel en busca de un lenguaje común dota a Ginebra de un especial encanto.

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