Un chapuzón en el Ródano

Uno de los muelles en el Ródano. Lamentablemente no tengo una foto de nuestro muelle que es aún más lindo

Cuando la vida de uno implica tener que cambiar de casa, de ciudad, de país y de cultura cada tres (o a veces menos) años, uno se acostumbra a que esa vida es un constante aprender cosas, a veces las mismas cosas una y otra vez.

En ciertas ocasiones hace falta aprender un nuevo idioma, a incluso un alfabeto nuevo. Sin embargo, la mayoría de las veces se trata de aprender las pequeñas cosas cotidianas que hacen de una vida una vida. En la ciudad en la que uno vive generalmente ya conoce cuál panadería tiene buen pan y cuál es mala, uno ya tiene su sala de cine favorita, y ni hablar de un médico o un dentista. En la ciudad en la que uno permanentemente vive no tiene que conocer un doctor nuevo cada vez que le toca el próximo examen dental.

Pero cuando uno cambia todo cada tres años, también debe cambiar de médico, de panadería, de sala de cine y lo que es aún más duro: cambiar de costumbres, de amigos, de trabajo…Yo siempre he dicho que un año es lo que toma tener una mejor noción de cómo funcionan las cosas en el nuevo sitio, para por fin sentirse parte de esa ciudad.

Ya ha pasado un año y medio desde que llegamos a Ginebra, este es nuestro segundo verano aquí y la diferencia con el primero no podría ser mayor. Aunque ya el mismo año pasado habíamos aprendido que el río (que corre al pie de nuestro edificio) en verano se llena de gente y es estupendo para nadar, lo cierto es que en 2016 de algún modo nos perdimos toda la acción. Fuimos a mirarlo un par de veces, pero no sabíamos bien dónde ir, qué hacer, cómo aprovecharlo…. No nos culpen, cuando uno es nuevo en la escuela también se tarde un tiempo hasta animarse a usar los juegos, no?.

Pero este año ya no somos los nuevos de la escuela, y hemos aprendido que no solo el río es estupendo, sino que tiene una infinidad de hermosos escondites para pasar la tarde leyendo, nadando y mirando los bellos cisnes que vienen a pescar.

Una de las palpitas a la orilla del lago Lemán. Una foto que tomé en una tarde cualquiera de sábado

Ahora hemos hecho costumbre de ir todas las mañanas a dar un chapuzón al río, nadar, recibir sol y volver a casa. Hemos aprendido que esta misma ciudad que en inverno es oscura y fría, en verano se convierte en un balneario espectacular que los ginebrinos saben aprovechar al máximo. Basta ir al muelle a eso del medio día para verlo lleno de oficinistas con su almuerzo y su traje de baño. No les importa si hay que sacarse los tacones y el vestido, o hacer y deshacer nudos de corbata: ellos saben que nada se compara con invertir tu hora de almuerzo de esta manera.

Y si bien es cierto que en agosto una buena parte de la ciudad se marcha, aquellos que se quedan tienen la deliciosa recompensa de un lago inmenso y un río de color turquesa para compartirlo solo con las aves y el sol.

He aprendido mucho de Ginebra desde que llegué aquí. Y he aprendido que si se sabe dónde buscar, esta callada ciudad de 200 mil habitantes puede también ser un fenomenal lugar para estar…. Lástima que no sé si a Ginebra y a mí el destino nos depara otro verano.

Un comentario en “Un chapuzón en el Ródano

  1. La vida es Bella… No te quejes porque las rosas tengan espinas. Mas bien agradece, que las espinas tienen rosas. Si algún día tropiezas, no importa…has como el sol que cada noche cae, pero al amanecer se levanta con nueva fe y esplendor.

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