Ejercitando la paciencia con Celeste

Todos estamos esperando a Celeste. Llevamos varios días de este seco agosto esperándola, como se aguarda aquí en Brasilia a que regrese la lluvia y refresque la ciudad. Pero como la lluvia, también Celeste se resiste a venir.

Me aproximo a las 41 semanas de embarazo y puedo sentirla revoloteando dentro de mí, completamente acostumbrada a esa única vida que ella conoce. Aún antes de tener conciencia de sí misma ya tiene sus costumbres: en las tardes le gusta arrinconarse en el costado derecho de mi vientre y hacerse una pelota, también le gusta jugar con sus pies y chuparse el dedo, por lo que hemos podido ver gracias a la tecnología. Celeste parece ser feliz en su mundo acuático y oscuro.

Alguien ya me dijo que quizás se resiste a salir porque es mejor estar ahí adentro que aquí afuera donde abundan las injusticias. Yo creo que cabe a uno como padre explicarles a los hijos por qué los quiso traer a este mundo, por qué vale la pena vivir, aunque efectivamente existan tantas injusticias.  Así, yo le hablo a Celeste sobre las cosquillas que hace el sol en la piel cuando uno le ofrece el rostro, o cómo es delicioso el olor de la tierra mojada cuando, después de meses, regresa a Brasilia la lluvia. Le cuento cómo es divertido sacar la cabeza por la ventana de un auto en movimiento y dejar que el viento lo embriague a uno con más oxígeno del que se puede respirar, o de lo fabuloso que es mojar los pies en el agua salada del mar por primera vez en la vida. Así es como le promociono yo el mundo, pero ella aún no tiene interés en conocerlo.

Todo en casa está listo para recibirla. Los pañales están apilados en el baño y sus diminutas ropas ya comparten el cajón con los vestidos de su hermana mayor. Tenemos cuna, carrito, juguetes, cobertores, toallas, escarpines y gorritos. Solo nos falta la bebé que, en este punto, parece estar queriendo darnos una lección de paciencia.

Y mientras practico esa paciencia pienso en mi Violeta, que llegó a nuestras vidas hace exactamente cuatro años para darnos una lección completamente diferente. Violeta nació casi dos meses antes de lo previsto y nada en casa estaba listo para recibirla. No teníamos pañales, ropa, cuna, carrito, cobertores, toallas o escarpines. Habíamos llegado hacia no mucho a Brasilia y, para ser sinceros, no teníamos ni una casa de verdad dónde recibirla, solo un pequeño e improvisado departamento con austeros muebles que no eran nuestros. Pasamos dos meses viviendo así, hasta que pudimos mudarnos a esta casa donde mi Violeta dio sus primeros pasos y donde pronto esperamos acoger a Celeste.

Mis dos hijas habrán llegado a nuestras vidas de formas muy diferentes, pero las dos habrán llegado dándonos una lección ya de entrada. Con Celeste, aprender que la paciencia es la virtud más necesaria cuando se es padre. Y con Violeta, aprender que no se trata de cunas, carritos o escarpines, porque en el fondo, tu bebé no necesita cosas, solo tu amor y tu paciencia.

2 comentarios en “Ejercitando la paciencia con Celeste

  1. Precioso y muchisimas felicidades a los padres y a la hermanita, cuatro annos ya, madre mia como pasa el tiempo. Aqui en Ginebra se les echa de menos. Espero tengamos la oportunidad de volver a coincidir en algun rincon del planeta. Muchos besos! Ana

    • Muchas gracias querida Ana, qué gusto leer tu mensaje y saber que acompañas mi blog. Un enorme abrazo para ustedes también y sí, ojalá tengamos la suerte de encontrarnos de nuevo pronto.

Deja un comentario