De cómo murió Lola un martes por la tarde

Para quien no lo conoce, he aquí el imponente y sanguinario carcará

Los vecinos del 203 están de luto. Una tragedia ha empañado su feliz hogar donde vivían con sus dos pequeñas cacatúas. El martes a eso de la 09:00 fue la última vez que se las vio en casa. Una ventana semi abierta, una jaula mal cerrada y zas, se dieron a la fuga.

Sin tiempo para cuestionarse sobre qué tan feliz podría ser un animal que a la primera oportunidad se escapó, toda la familia salió angustiada a buscar a sus mascotas por el barrio. A las 11:00, ya circulaba en WhatsApp la foto de los “miembros de la familia” extraviados. Pero al medio día llegó la primera noticia sombría: un ave de rapiña había agarrado a una de ellas. Murió en el acto. Lola, su compañera de celda, continuaba desaparecida.

Mientras los del 203 la buscaban con el corazón en la mano, Lola, muy suelta de huesos, exploraba la verde Brasilia. Ese paraíso que hasta entonces solo conocía a través de una ventana. Borracha de libertad, pero novata en el oficio de ave silvestre, paseaba, sin saberlo ella, por un campo minado de predadores.

Quién sabe cuántas horas pasaron hasta que le llegó la última de todas las horas, pero es posible que el tiempo le alcanzara para saborear los enormes aguacates que desde su ventana acostumbraba ver caer de los frondosos árboles. Quizás llegó a probar alguna mora o tal vez un mango, aquella fruta exótica que sus dueños le tenían prohibida por su alto contenido en azúcar.

Lo cierto es que el miércoles circuló la fúnebre noticia en los grupos de WhatsApp. El propio vecino del 203 escribió para informar que las búsquedas habían concluido. Cuál escena de película de terror, o de documental de Discovery Channel, su hijo había encontrado a Lola justo cuando un implacable carcará en pleno vuelo la llevaba en sus garras rumbo al panteón, o para ser más exactos, rumbo a su estómago.  

La pobre Lola y su colega, que conocían el mundo solo a través de una ventana, nunca podrían haberse imaginado que Brasilia no era solo la cuna de un montón de funcionarios públicos con cacatúas como mascotas, sino también una salvaje llanura donde habitan desde aves de rapiña, hasta osos hormigueros, marsupiales endémicos, cobras y caimanes.

Con todo, quiero imaginar que mientras Lola veía su vida extinguirse desde lo alto de las patas de su verdugo, se fue gritando al mundo “De nada me arrepiento”. Al fin ¿qué vale más, una larga vida de encierro, o cinco minutos de gozada libertad en la inhóspita sabana brasiliense?.

(Basado en hechos reales)

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