Querida Ema,
Hace más de un año y medio que no te he escrito y temo que te hayas olvidado de mí; sin embargo, resolví redactar esta carta, porque creo que hay ciertos asuntos que solo con un perro es posible hablarlos; sobre todo los asuntos animales.
Déjame decirte que la última vez que te vi, a finales de 2012, volví a Japón con una inmensa satisfacción. Fue maravilloso ver lo feliz, grande y peluda que ahora eres, y la familia amorosa con la que vives. Me llenó de alegría comprobar que tu destino se desenvolvió justo del modo en que esperaba que sucediera, cuando a inicios de aquel año te acogí en mi casa, desnutrida y llena de enfermedades. Enhorabuena mi querida amiga.
Cuando te escribí en 2012, había acabado de llegar a Japón y todavía me faltaba mucho por saber de este país. Recordarás que te conté acerca de los perros que se quedaron sin hogar, después de tsunami que azotó Japón en 2011. Pues bien, estaba completamente equivocada cuando te dije que eran pocos los afectados y que su drama era menor. Quiero contarte la verdad y pedir tu consejo; dime Ema ¿cómo se hacer para que un perro sea realmente feliz?
Hace poco regresé de un viaje, donde pasé tres días conviviendo con perros, gatos y conejos, habitantes de un albergue escondido en los bosques de la región de Niigata, a unos 300 kilómetros de Tokio.

Daisy es una de las decenas de habitantes del albergue. Al igual que los demás, llegó aquí después del tsunami de 2011
Son al menos 300 animales los que ha hecho de ese albergue su hogar, y casi todos llegaron hasta ahí porque se quedaron sin casa y sin familia, después de que el tsunami destrozara varias poblaciones en la zona de Tohoku.
Llegaron al albergue para evitar ser sacrificados por las autoridades gubernamentales. Y aunque se esperaba que sería una estadía temporal, tres años después, nadie ha venido por ellos. Debes entender que sus antiguas familias aún enfrentan profundos dramas, y la mayoría ni siquiera ha recuperado su casa, de modo que les es imposible resolver el destino de aquellas que un día fueron sus mascotas.
El albergue tiene tantos residentes y tan pocos funcionarios (absolutamente al contrario de lo que erróneamente te relaté en mi carta anterior), que siempre necesitan de voluntarios para echar una mano. Pasé tres días trabajando para ellos, y aunque me satisfizo compartir ese tiempo con los animales, no he podido quitarme esta nostalgia de encima.
Planeo publicar un reportaje sobre esta experiencia, de modo que ya tendrás oportunidad en el futuro de leer, con más detalle, la historia del albergue. Sin embargo, mi querida amiga, no podía dejar de escribirte para compartirte estas reflexiones, que me quedaron rondando en la cabeza después de la convivencia animal.
Dime Ema, ¿crees los seres humanos les damos a los perros una verdadera felicidad? Nos hemos hecho de tantas mascotas, tantas razas que hemos creado para nuestro agrado; tantos perros que reproducimos anualmente, para que nos hagan compañía. ¿Será que en nuestro empeño de tener mascotas que nos alegren la vida, les hemos traído a ustedes más tristeza que felicidad?
En el albergue, el personal cuida a los animales con absoluta devoción y cariño. Pero, debido a la falta de recursos y a la cantidad de mascotas que quedaron desamparadas, muchos perros tienen que conformarse con pasar el día entero en una jaula de un metro cuadrado, con tan solo dos paseos de 15 minutos al día. ¿Es eso felicidad?
Entiendo que no hay más opciones para esos perros, y sé que el personal del albergue los quiere y cuida con dedicación, y hace lo posible por conseguirles un nuevo hogar. Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme si un animal puede ser feliz viviendo de ese modo… En fin, en realidad no sé hacía dónde camina esta carta; quizás solo anda en círculos, como un perro atrapado en una jaula. Simplemente quería escribirte para desahogar mi corazón.
Querida Ema, ojalá que estés bien y saludable, que te diviertas y seas libre, libre como todo animal merecería ser. Espero sinceramente que, en nombre de todos los perros que no pueden serlo, tú al menos seas inmensamente feliz.
Tu amiga que te tanto te quiere,
Sandra
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Que triste es saber de animalitos que un día fueron fieles compañeros de sus amos, tengan ahora que sufrir por razones que ellos no entienden y vivir de la caridad de gente a quienes nunca conocieron, pero lamentablemente el sufrimiento es democrático y no hace distinción de humanos y menos aún de animales. Abrigo la esperanza de que al menos los animalitos más jóvenes puedan encontrar un nuevo hogar que les haga sentir nuevamente amados.
Qué lindas sus palabras papi. Yo también espero que les espere un mejor futuro a esos animalitos… Le envío un abrazo lleno de cariño!