La primera nieve de la temporada

Los niños en sus mamelucos de invierno. De lejos parecen un conjunto de peluches coloridos que caminan. Los veo salir en grupito de 10, tomados de la mano, cabezas de lana con borlitas, guantes, botas, bufandas, chupones y muñecas. Atraviesan el Palacio Liechtenstein rumbo al parque infantil. Tendrán en la mira el columpio, la tirolesa –la favorita de todos– la resbaladera gigante, los neumáticos para saltar, los muros de escalada. Caminan como hormigas coloridas, cuando de pronto la nieve comienza a espolvorear la ciudad. La primera nieve de la temporada, ¡y aún ni siquiera es invierno!. Las profesoras guían a sus hormigas con determinación. Pero la nieve insiste en arruinarles los planes. Los pájaros vuelan de cualquier modo. Urracas de plumas impermeables que no se dejan amilanar por temperaturas bajo cero. Veo los niños desaparecer, pero no acabo de preguntarme si habrán llegado a subirse a la tirolesa cuando ya los veo regresar. La misma manadita colorida. Apretados para resistir el frío. Cabezas de lana, borlas, botas, peluches andantes que las profesoras guían de vuelta. Marchan empujados por la desilusión. Hoy no habrá parque, la nieve ganó.

Y ahora que deben estar entrando ya en sus salones, después de dejar los mamelucos, las botas, los gorros, los guantes y las bufandas en la puerta de su guardería. Ahora que acabé yo de escribir estas líneas, la nieve simplemente cesó; como si tan solo hubiese querido arruinarle el programa a un grupo de niños de 2 años.  Así es de perverso el invierno, es perverso y eso que aún ni siquiera comenzó.

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