La sociedad secreta de la colada morada

Todos nos hemos encontrado con alguna persona loca en la vida: un extraño que de la nada se agarró a hablarnos en la calle, una persona en la fila del banco que resultó creer en extraterrestres. Pero ¿hemos parado a preguntarnos si nosotros mismos no hemos jugado alguna vez el papel del loco en la vida de algún interlocutor? Hoy me quedé pensando si las dos simpáticas ecuatorianas que conocí esta tarde no habrán vuelto a casa para relatar a su familia “uy, nos encontramos una mujer medio loca que casi no para de hablar”.

Bien, así comienza esta historia, aunque en realidad comienza un poco antes de salir de casa, cuando estaba decidiendo qué bolso llevar para mi visita al centro comercial. Opté por uno decorado con monumentos de la mitad del mundo y con un ENORME estampado de “Ecuador” de lado y lado del bolso. No es mi favorito, por aquello del ENORME “Ecuador”, pero acabé llevándolo conmigo.

No llevaba yo más de 3 minutos en el centro comercial cuando escuché a dos mujeres a mis espaldas decir “¡Ecuador!” con cierto júbilo y apuntar a mi imposible-pasar-desapercibido bolso.

Yo que, en casi cuatro años en Brasil, no he conocido siquiera un ecuatoriano en esta ciudad, las tomé por un par más de brasileñas, pero alguna otra palabra que les escuché decir, me llevó a notar que eran hispanohablantes, y sin embargo, continué sin imaginar que serían paisanas. Pero como soy aquello que llaman “buena de conversa” rápidamente les dije en español “este bolso me lo regaló mi mamá, pero me parece que la palabra Ecuador es muy grande”, y entonces vino la confesión: “¡nosotras somos de Ecuador!”.

A partir de aquí es donde yo debo haberles dado la impresión de ser una persona con cierta inestabilidad mental, y sino, al menos con exacerbada ansia de interacción social con sus coterráneos. “¿En serio?” prácticamente les grité “¡Yo también!” completé nuevamente casi a los gritos y poniéndole a una de ellas la mano en el brazo, en plena pandemia y sin siquiera preguntarle aún el nombre.

A la brevedad, pasé a relatarles cómo en todos estos años no había encontrado ni un solo ecuatoriano…. ¡Y vaya buena hora en la que resolví traer este bolso!. Es que fíjense, ¿no les parece gigante el título Ecuador? Claro que me encanta mi país, no me tomen a mal, pero es muy grande ¿no creen? Pero qué bueno que lo escogí, así pude conocerlas a ustedes. Por que, de verdad, casi cuatro años y ningún ecuatoriano, y eso que yo fui a la embajada. Conocí a una chica llamada Dulce, ¿la conocen ustedes? Pero claro, es que yo estoy casada con un local, y tengo la niña que me ocupa, y el trabajo de 09:00 a 17:00, y después está la pandemia. Y la seca de Brasilia ¿cómo es pesada no?…

Cuando por fin hice una pausa para tomar aire, una de ellas consiguió explicarme que sí había unos cuántos ecuatorianos y que la embajada solía mandar comunicados y realizar actividades de vez en cuando. “No te llegó el mail de la colada morada”, me preguntó en seguida.

Obstinada amante de la colada morada como soy, me bastó muy poco para echarme de rodillas en el piso y comenzar a llorar con los brazos levantados al cielo. De cualquier forma, mi respuesta debió lucir igual de desesperada “¿Cómo? ¡No! ¿En serio?” dije atropellándome.

Entonces pasé a relatarles otro tanto de datos no solicitados, como lo mucho que disfrutaba las comilonas con plátano verde cuando la embajada de Ecuador en Tokio conseguía importar algunos, o cómo en Ginebra era lindo el bazar de las naciones con su stand del Ecuador. ¡Pobres mujeres!, me pregunto en qué punto comenzaron a arrepentirse de haberme hecho un comentario sobre el bolso.

Al final, les dejé mi número de teléfono. Tuve la lucidez suficiente para darme cuenta de que no cabía solicitarles el suyo. Al final, yo no le daría mi teléfono al loco de la fila del banco que me habla de Ovnis.

Ellas habían dejado el país hace solo cuatro meses, es decir que hasta julio todavía frecuentaban centros comerciales llenos de ecuatorianos. Yo llevo 10 años fuera de mi país. Viví en lugares donde pensaban que Ecuador era una provincia en Italia, o que Obama era el presidente. Los años me hicieron, como diría Silvio Rodríguez “punto en multitud por donde fui” y cada vez que encuentro otro grano de mi misma arena no puedo evitar entusiasmarme como una de esas personas locas que uno encuentra en la calle. De todo lo que les dije a esas dos pobres mujeres, me faltó explicarles eso; aunque quizás hay que vivir una década fuera de tu centro para poder entenderlo.

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