Escribí este artículo para un diario del Ecuador; sin embargo, el texto que fue publicado fue cortado y editado de tal modo que perdió su sentido. Por ello, quisiera compartir con el pequeño grupo de lectores de este blog la crónica original que yo realmente escribí:

En el Área de Seguridad Conjunta, donde los militares de ambos países tienen contacto directo, los turistas pueden ingresar a las salas donde se efectúan reuniones bilaterales, pero no pueden interactuar con los soldados coreanos.
A Haylee, quien nació en Seúl hace 25 años, le tomó cuatro meses conseguir el permiso para acceder a la frontera que separa su país de Corea del Norte. «Para que un coreano pueda venir, el gobierno debe investigar su pasado para asegurarse de que no se trata de un espía del Norte», le explica Haylee a su grupo de alrededor de 50 turistas extranjeros, mientras los transporta a la Zona Desmilitarizada que divide a estas dos naciones en estado de guerra.
Haylee trabaja como guía para una agencia de turismo, la cual moviliza diariamente unos 200 visitantes hacia la línea limítrofe. La suya es solo una de las decenas de agencias que ofrecen el mismo servicio, disponible para cualquier turista del mundo, excepto chinos y coreanos (quienes requieren un permiso especial).
El viaje desde Seúl hasta la frontera toma menos de dos horas, tiempo en el cual Haylee aprovecha para explicar a los turistas las restricciones y normas a cumplir durante el paseo. Mientras ella habla, todos los pasajeros comparten la misma expresión: una mezcla de curiosidad y temor; sin embargo, para Haylee este es otro día más de trabajo. Según confesará más tarde, hace tiempo que la gente en su país ha dejado de sentir temor por las amenazas de Kim Jong-un, o si acaso lo siente ha aprendido a convivir bien con él. Tal es así que incluso en marzo, cuando Corea del Norte retomó sus pruebas nucleares y lanzó nuevas y más feroces amenazas; en el Sur los recorridos guiados a la frontera no se cancelaron ni un solo día.
Sin embargo, la alerta es permanente, y nada mejor que una visita a la frontera para comprobarlo. Tras una hora de viaje desde Seúl, es posible divisar las primeras cercas con alambres de púas que rodean la carretera, mientras que el terreno se va tornando cada vez más deshabitado.
Al poco rato, Haylee informa que el autobús ha ingresado ya en la Zona Desmilitarizada (DMZ, por sus siglas en inglés) un área de 250 km. de longitud y aproximadamente 4 kilómetros de ancho (dos kilómetros al norte y dos kilómetros hacia el sur) establecida en 1953 para demarcar el área de separación de los dos países.

El río Han es el principal río de Seúl y atraviesa la ciudad en su camino hacia el mar de China Oriental o Mar Amarillo.
Ahora el autobús comienza a pasar junto a barricadas de soldados con fusiles en mano y ya se pueden ver los primeros letreros de advertencia de «Campo minado». A pesar de su nombre, irónicamente la DMZ es una de las área con más presencia militar en todo el mundo. En seguida, Haylee anuncia que pronto el autobús arribará a su primera parada: el túnel número tres.
En 1978, gracias a información proporcionada por un detractor del Norte, el gobierno surcoreano supo de la existencia de unos 20 túneles subterráneos, aparentemente construidos con el objetivo de llegar hasta Seúl. A partir de entonces, las fuerzas militares del Sur han logrado identificar cuatro de ellos, los cuales, tras ser sellados, han sido adaptados para recibir turistas. El túnel número tres es uno de los más visitados.
Tras el recorrido bajo tierra, Haylee congrega al grupo para conducirlo a su próximo destino: el observatorio militar. En este punto, los visitantes pueden contemplar el territorio del Norte y la llamada Aldea Propaganda, la única localidad de Corea del Norte que es posible divisar desde el Sur.
Aldea Propaganda es uno de los dos poblados que permanecieron en el perímetro de la DMZ, después del cese al fuego en 1953 (la otra es Aldea Libertad ubicada en el lado Sur)

Aunque aparentemente deshabitada, Aldea Propaganda (o Aldea de la Paz, como es conocida en el Norte) es el único poblado de Corea del Norte que es posible divisar desde el Sur.
Según el régimen de Pyongyang, la zona cuenta con escuelas, hospitales y residencias, y alberga una población de unas 200 personas. No obstante, una observación a través de telescopio revela que la ciudad no es otra cosa más que una serie de estructuras vacías de hormigón, cuyas puertas y ventanas fueron pintadas sobre las paredes de concreto. «Ellos quería mostrar una ciudad desarrollada, pero en realidad nunca nadie vivió ahí. Supongo que tienen miedo de colocar habitantes y que, al estar tan cerca de la frontera, estos quieran huir», comenta Haylee durante el almuerzo.
Tras comer, es hora de embarcar a los turista para visitar el atractivo principal del paseo, que paradójicamente es también la actividad más peligrosa del itinerario. Tanto es así, que antes del recorrido todos los visitantes están obligados a firmar un documento asegurando que conocen los riesgos de «entrar en una zona hostil, donde pueden resultar heridos o incluso perder la vida». Se trata del Área de Seguridad Conjunta, el único sector en toda la DMZ donde los militares de Corea del Sur y del Norte tienen contacto directo. «Aquí se reciben unos 100.000 turistas al años», detalla el sargento Trevino, de la armada estadounidense y miembro de las tropas extranjeras que también patrullan la zona.
Mientras el grupo de turistas camina, escoltado por el sargento Trevino y otros tres miembros de la armada coreana; a menos de 500 metros, un soldado de Corea del Norte observa al grupo a través de un par de binoculares. «Ellos los están fotografiando a ustedes justo ahora, así que ustedes también pueden tomarles fotos si lo desean», comenta Trevino al grupo, que tímidamente comienza a lanzar flashes hacia el Norte.
Cuando los turistas ingresan finalmente a uno de los salones azules, construidos para que ambos países celebren reuniones diplomáticas, Trevino les gasta un par de bromas, intentando disminuir el evidente nerviosismo que rodea al grupo. Callados y recelosos, todos los visitantes toman fotografías, sueltan un par de tímidas preguntas a Trevino, y en menos de 20 minutos están de vuelta en el autobús.
Aunque ha sido una experiencia interesante, todos parecen respirar aliviados de saber que el paseo terminó y que mientras el bus avanza, Trevino, los militares y la guerra se van quedando atrás. Pronto arribarán de nuevo a Seúl, donde no hay más campos minados, ni cercas, ni barricadas y donde nadie habla de guerra, a pesar de saber que a menos de 70km. de ahí, cientos de militares pasan el día entero apuntando sus armas entre sí.