Recuerdos de pelusa

Revisando mis textos antiguos, encontré este que me resultó emotivo, a pesar de que lo escribí hace ya casi dos años. Es un texto triste, pero en honor a la querida amiga que lo inspiró, me pareció justo compartirlo…

PELUSA

La Pelusa era uno de aquellos personajes que estuvieron siempre ahí, y solo ahora, que el tiempo me obliga a hablar de ella en pasado, vengo a comprender hasta qué punto era valioso ese su «estar ahí» de todos los días. Es triste que nos haya hecho falta que se fuera, para reconocer cuán bueno era que estuviera…

Pero así es, la Pelusa era de aquellos personajes que parecería que siempre estuvieron ahí. Ahora, tras terminar la llamada telefónica en la que mi mamá me informó de su muerte, no consigo, por mucho que intento, recordar cuándo o de dónde llegó; para mí era simplemente un personaje que venía atado a la figura de mi tía. Pelu y Pelusa eran una dupla, que hasta en nombre combinaba.

Era una perra cualquiera, a quien no daba para encontrarle un pedigrí por algún lado, tampoco tenía un nombre demasiado original: simplemente había recibido el primero que se ajustaba con su aspecto de bola de pelusa. Era una perra cualquiera y, sin embargo, no cualquiera la hubiera podido igualar.

Entendió, desde el primer día, que su dueña tenía problemas para escuchar y se convirtió, sin que nadie se lo indicara, en los oídos auxiliares de mi tía: la Pelusa era su timbre, su teléfono y su lazarillo; y en contrapartida, la Piedad era la compañera, la madre y la razón de vivir de esa perra peluda.

Pelu y Pelusa no solo compartían la casa y el nombre, también las soledades. Se proporcionaban la medida justa de cariño que a cada una le faltaba. Mi tía, que nunca se casó ni tuvo hijos, encontró en su perra la razón para volver a casa temprano y el calorcito que todo lugar necesita para llamarse un hogar.

Y ahí estaba ella, sentada junto a la puerta esperando que la Piedad volviera de donde sea que se hubiera ido y ahí estaba también en las crisis, cuando mi tía se sentía sola, cuando estaba enferma, cuándo había discutido con alguien. Y ahí estaba cuando íbamos a visitarla y se acomodaba en una esquina para no estorbar en el pequeño espacio del departamento que durante 12 años compartió con su amiga humana. Y ahí estuvo siempre, y porque estuvo siempre, se nos olvidó que un día no estaría.

Nadie nos prepara para la muerte de un animal, nos acostumbramos tanto a su presencia, que se nos olvida que el tiempo tampoco a ellos les perdona un día. Sin notarlo, la Pelusa se fue quedando ciega, se fue volviendo mayor, del mismo modo que su octogenaria dueña. Los años les pasaron juntas y hasta las canas se les multiplicaron juntas.

Y una mañana de jueves simplemente le venció el cansancio, y la propia Piedad, con un valor salido no sé de dónde, la tomó en los brazos y la llevó al veterinario para ayudarla a dormir tranquila. Mi tía, que la conocía desde hace tanto tiempo, sabía bien que era eso lo que ella necesitaba. Quizás debió morir mucho antes, pero me inclino a pensar que se resistió tanto a irse, porque no podía imaginar un mundo de una Pelu sin Pelusa.

Ahora, desde el jueves pasado, es sólo Pelu. Pelu con sus hermanos que siempre están pendientes de ella, Pelu con sus sobrinas y sobrinos que la aman como a una abuela y la acompañan en el luto, Pelu que todavía sabe reírse y esconder la tristeza para no amargar una tarde de juego de naipes. Pelu que ya soportó terremotos aún peores y supo siempre continuar, Pelu que pronto saldrá de esta también.

Sin embargo, ahora, desde el jueves pasado, todos los que vivimos cerca de ese dúo perfecto, llevamos un pequeño hueco en alguna parte del pecho, es el vacío que dejan los que ya no están, sin importar de qué especie haya sido cuando estuvieron.

Quito, 6 de noviembre de 2011

2 comentarios en “Recuerdos de pelusa

  1. La vida es sueño de gente dormida, porque el tiempo aquí es tan corto, que cuando despertamos, ha llegado la hora de la partida.
    Tan segura está la muerte de su victoria, que nos da toda una vida de ventaja y al final comprendemos que hasta los momentos tristes resultaron ser una ventaja, porque hasta en las cosas insignificantes de la vida, se manifiesta la gracia de Dios.

  2. yo tengo un pequeño amor que se llama Noah!! es una maravillosa y dulce shih tzu, mi compañía y mi alegría, es un miembro más de la familia… y a pesar de saber que no será eterna, dejamos a un lado el imaginar el día que ya no estará… el amor es inmenso y recíproco, es el agradecerle día a día su meneo de colita por la alegría de verme llegar, su miradita pícara cuando quiere jugar y su dulce silencio cuando me acompaña en mi tristeza… cómo no amarla? ♥

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