En 2012, cuando empezó a llegar el frío de mi primer invierno en Japón, comencé a percibir un interesante fenómeno que sucedía cotidianamente y que me tomó un buen tiempo descifrar. Cuando caía la noche, un camioncito viejo comenzaba a recorrer las calles de mi barrio haciendo sonar, a través de un altoparlante, una lenta canción, cuyo estribillo consistía en una única palabra que se repetía incansablemente.
En su parte posterior, el camión trasportaba una especie de pequeño horno de leña. Cada vez que me lo cruzaba por la calle, intentaba aguzar el oído para tratar de captar la misteriosa palabra que repetía en su canción. Sabía que la palabra era la clave para descubrir de qué se trataba todo el asunto.
Tras varias semanas, mi oído finalmente llegó a percibir lo que decía la canción. No cabía duda, la palabra era “nanimo”, es decir “nada”. ¿Qué mensaje intentaba transmitir este triste camión cargando una llama ardiente y repitiendo incansablemente la palabra “Nanimoooo, nanimooooo”.
¡Ya está!, me dije, y formulé la siguiente hipótesis: el camión, tan tristísimo como se veía, no podía ser otra cosa que algo relacionado con la guerra. Probablemente, luego de que Japón fue derrotado en la Segundo Guerra Mundial debió haber nacido esta triste tradición, que consistía en recorrer las calles en la noche, con una llama encendida en memoria de las víctimas y cantando “nada, no ha quedado nada…”.
Con qué tristeza asumí mi teoría, que cada vez que el camión pasaba cerca de mí, me detenía a escuchar su canción y pensar en el triste pasado de este país, y me alejaba reflexionando sobre lo afortunada que yo era, de nunca haber tenido que vivir tales desgracias.
Pero sucedió que un día, mientras yo seguía convencida del brillante razonamiento al que había llegado, el camión pasó por la calle, justo cuando me encontraba con una amiga japonesa.
«Keiko, ¿por qué el camión canta con tanta tristeza “nanimo”?, le pregunté, para confirmar mis especulaciones. “Claro que no canta eso, el camión repite “yakiimo”, me respondió, destruyendo en un instante toda mi teoría, pues «yakiimo» no significa otra cosa más que papa asada.

El objeto del misterio no era nada más que una simple papa dulce asada al horno
El camión que, según yo pasaba repitiendo un triste himno de guerra, en realidad solo vendía papa dulce asada al horno, una vieja tradición japonesa que no tiene absolutamente nada de triste. “De hecho, cuando éramos niños nos emocionaba oírlo llegar y corríamos para comprar una papa caliente. Son deliciosas y una excelente comida para el frío”, me explicó Keiko mientras se reía de las absurdas conclusiones a las que yo había llegado.
Ha pasado más de un año desde entonces. El frío está volviendo a Tokio y esta noche, por primera vez, Fábio se animó a detener al camión y hemos comprado una “yakiimo”.
Mientras comíamos nuestra inmensa papa caliente, hemos celebrado el tiempo que llevamos aquí y las pequeñas cosas de este país que ahora también forman parte de nuestra memoria…
Que bonita historia; tiene de triste, de alegre y desde luego de gracioso. Es además una clara muestra de como nuestra imaginación inventa historietas muy creativas de algo que no entendemos y que llega a convertirse en «una mentira verdadera».
jajaja, muy buena historia, inspira comer una de esas….