
Sushi de chocolate y frutillas
De acuerdo con los entendidos, el secreto de un buen sushi está en la perfección del corte de la carne y en la delicadeza con que se lo manipule. El resultado, por supuesto, es una pieza que literalmente se deshace en la boca de tan delicada y deliciosa. De ahí que en Japón, su preparación está reservada para los mayores expertos y su degustación requiere de todo un protocolo.
Y como en todas las artes, siempre hay un maestro que se destaca. En Tokio, ese maestro es Jiro Ono, un chef de casi 90 años cuya diminuta casa de sushi se esconde en los pasillo de una estación de metro, en el centro de la ciudad.
Todos sabemos de él por el documental Jiro Dreams of Sushi lanzado en 2011 y que acompaña al chef es su búsqueda por alcanzar el sushi perfecto. Todos sabemos de él por el documental, puesto que probar su sushi es algo reservado para pocos afortunados. Para ser servido por Jiro, hace falta hacer reserva con unos seis meses de anticipación y estar dispuesto a pagar al menos unos 150 o 200 dólares por persona.
Así las cosas, es más que compresible la sorpresa que provocó por aquí la noticia de que el presidente de los Estados Unidos, en su reciente visita a Japón, cometió el desacato de rechazar la mitad de lo que Jiro le ofreció.

Shinzo y Obama comiendo sushi y bebiendo sake
Tan pronto Obama arribó al país, hace unas semanas, el Primer Ministro Shinzo Abe lo invitó a comer en el pequeño restaurante del maestro Jiro. Al salir, Obama declaró muy sonriente “That’s some good sushi right there”. Sin embargo, al día siguiente se filtró en la prensa que Obama solo había comido la mitad de su sushi, luego de lo cual hizo a un lado sus palillos y dio por terminada su cena… ¡Una barbaridad!. Quién ha visitado una casa tradicional de sushi en Japón, sabe que tal pecado sería imperdonable para cualquier mortal sin el rango de Presidente de la República.
Basta entrar en un restaurante de este tipo y sentarse a la barra del chef, para saber que el asunto va enserio. Durante la comida, él casi nunca te quita la mirada de encima. Ya sea de soslayo o abiertamente, el chef siempre está pendiente de su comensal, tanto para evaluar su reacción frente a cada bocado, como para instruirlo con respecto a cómo proceder con su comida.
Ya me ha sucedido encontrar chefs tan celosos de sus creaciones que no quieren que tomes el nigiri con los palillos, y te lo entrega directamente de su mano a la tuya; o que te advierte que no coloques soya en él, porque lo estropearás; o te dirige sobre el modo en que estás comiendo el jengibre o colocando el wasabi.
No cabe duda de que para el chef no se trata solo de comer. Su trabajo es algo trascendental, y está implícito que si has llegado hasta aquí, tú también planeas tomarte el asunto con la misma seriedad.
Sin embargo, del mismo modo que Shinzo Abe con su amigo Obama, ya me ha sucedido también recibir respuestas poco alentadora cuando he ido a comer sushi con amigos que están de visita en Tokio.
Ya he escuchado decir “me gusta más el sushi de mi ciudad” y hasta mi madre me ha confesado que a ella el sushi que le gusta realmente es el que se hace en Quito, y que duda que el de Tokio le podría llegar a gustar.
No me caen mal tales comentarios, de hecho encuentro muy simpático comprobar cómo, en lo ancho y basto que es el mundo, todos en nuestras diversas latitudes estamos creando cosas y disfrutándolas a nuestra manera, sin importar quién sea o dónde esté su creador original.
En Ecuador hay sitios que ofrecen sushi de chocolate con fresas, cosa que a cualquier japonés le resultaría una aberración. Sin embargo, para la mayoría de occidentales es igual de aberrante comer un panqueque de sal, o poner nachos en el arroz, cosas que aquí son bastante frecuentes. Y ni hablar del chaulafán y el wantán frito, tan apetecido en Ecuador; acabo de regresar de China y puedo dar fe de que, aunque hallé cosas similares, no hay nada igual.
Me inclino a pensar que quizás a Obama le gusta más el sushi de Washington, y al primer ministro japonés la hamburguesa con pasta miso que se prepara aquí (y que, por cierto, es deliciosa)… Por mi parte, no me vendría nada mal esta noche un rico un “chaufarín”, de esos que solo un buen ecuatoriano sabe preparar.
Ay hermana! Como me moriría del gusto de probar aunque sea UN rollito de los del Maestro Jiro… sólo de pensarlo se me hace aguita la boca!