Todo el mundo conoce el dicho de que “los trapos sucios se lavan en casa” y aquello de que los únicos autorizados para hablar mal de la familia, son sus propios miembros. Pues yo diría que esa filosofía aplica también para los países y sus ciudadanos.
Cuando Brasil perdió rotundamente ante Alemania (y no basta dar muchos más datos, pues todos saben cuándo, cómo y dónde) escuché lamentos, análisis, quejas y bromas de mi esposo y todos los brasileños que me rodean. Cuando me aventuré a aportar mi bromilla personal, recuerdo que no fue tan bien recibida. Llegué a la conclusión de que tener un pasaporte brasileño me da ciertos derechos, pero no me autoriza (al menos no todavía) a despotricar abiertamente contra la selección brasileña de fútbol y su mal desempeño.
Yo misma tampoco llevo bien que otros hablen de Ecuador. Escucho cada cosa (leo cada cosa en Twitter) sin embargo, cuando la crítica viene de un extranjero, me suena peor. Los cumplidos sean todos bienvenidos, ahora los reclamos… mmm.
Entendiendo esto, yo misma he tratado de tocar con pinzas los asuntos espinosos de Japón. Haciendo un balance, desde que vivo aquí, he publicado cerca de 10 artículos sobre Japón en tres diferentes revistas de Ecuador y Perú; de ellos, creo que solo en dos o tres artículos he abordado los defectos de esta sociedad, que tanto aprecio pero que también tiene mucho qué criticar.
Esta vez, el motivo de estas reflexiones es un artículo acerca de la sobrecarga de trabajo, o mejor la adicción al trabajo en Japón, que publiqué en la edición de agosto de Mundo Diners. Para escribirlo, dialogué con mucha gente y siento que ofrecí un recuento equilibrado de los hechos; y sin embargo, no puedo evitar preguntarme ¿estoy autorizada a compartir con mis compatriotas allá en Ecuador los trapos sucios del país en el que vivo? Pero por otro lado, ¿el Periodismo al fin no se trata justamente de eso, de andar exponiendo los trapos sucios de todo el mundo para todo el mundo, y de contarle a un lado del planeta lo que sucede en el otro?
En conclusión, como periodista creo que es mi derecho y mi labor relatar lo que veo, vivo y pienso. Ahora como habitante de este país, no sé bien cuánto tiempo o cuánto conocimiento me hará falta para sentirme en total autoridad para apuntar las cosas negativas del lugar que llamo hogar.
Sucede con las personas, que mientras uno más las aprecia y las conoce, más autorizado está a hablarles de sus fallas. Quizás con los países pase igual: tras tres años de vivir aquí, de tenerle cariño a Japón y a su gente, creo que ya estoy en el derecho de exponer abiertamente aquello que me parece mal. Ahora, ¿cuándo adquiriré esa autoridad con el delicadísimo tema del fútbol en Brasil? Me inclino a pensar que tal vez jamás.