De unos día acá, esta ciudad se ha llenado de banderas. De pronto es verde y amarillo por donde la vista alcance. Las banderas, las publicidades de la TV, los presentadores de noticias, todos anuncian que algo muy trascendental está por venir y yo he llegado a Brasil justo para presenciarlo.
No se trata del advenimiento de algún profeta, o la conquista de un mérito sin precedentes, como la llegada del primer brasileño a Marte; sin embargo, genera una expectativa colectiva y hasta dicen que hay un gato sordo que ya consigue predecir el desenlace de lo que se avecina.
Las campañas publicitarias se encargan de mantener el espíritu nacional en alto y una canción se repite tanto en la televisión que incluso yo, foránea y desconocedora de todo, me descubro de pronto canturreando: “con la amarillita no hay quien pueda”.
Los noticieros hablan de un grupo de adalides de la patria, un puñado de hombres que, cual pasajeros del Apolo, se preparan para embarcar en una titánica misión en busca de la gloria mundial, del reconocimiento de todas las naciones, del título de todos los títulos. Pero antes: la preparación, la expectativa, el miedo. Los periodistas siguen de cerca cada pequeño paso que estos hombres dan, y con mayor angustia aún cada mínimo tropiezo que puedan cometer, cada dolor de codo que les pueda dar, cada estornudo que pueda surgir de sus valiosas narices.
Y entre los adalides, uno de ellos se destaca: una especie de mesías en cuyas manos (y en cuyos pies) todos han depositados sus más sinceras esperanzas. En un país profundamente dividido, él parece ser el único individuo capaz de generar la simpatía de unos y otros por igual. Lo que él y su equipo prometen, compensa todo lo que últimamente por aquí no se alcanza.
Las ciudades se embanderan mientras por varios días en las gasolineras ha faltado combustible y en los supermercado ciertos alimentos han subido de precio de manera escandalosa. Las elecciones presidenciales se aproximan, sin ningún candidato que ofrezca soluciones reales a la crisis, mientras la corrupción y la violencia no disminuyen ni un poco. Y con un panorama tan poco alentador, ¿quién podría culpar a aquellos ponen sus esperanzas en un suceso que, analizado fríamente, resulta tan poco relevante?.
Así que allá vamos todos, mientras la cosa se pone aún más peluda por aquí, cantamos aún con más fervor “con la amarillita no hay quien pueda”. Quién sabe y de verdad esta vez no haya quien pueda.
Así es la alegría del deporte más popular del mundo, todos esperan ganar pero el premio sólo es para un equipo…..FUERZA BRASIL, como en los viejos tiempos.
Feliz cumple Sandra. Siempre me acuerdo de tu día (no sé porqué pero así es) y bendiciones para ti, tu familia y para la nueva etapa de mamá que estás apenas comenzando. Saludos.
Muchas gracias!! Saludos también!