El sacrificio de los insomnes

Septiembre 2018:
Cuatro de la mañana. Escribo estas letras a falta de cualquier otra cosa que hacer en esta noche que dentro de poco se convertirá en día. Interminables horas sin poder dormir. Largas y consecutivas noches de ver el reloj andar y sentir el pecho ardiendo del inmenso, tan simple y tan inalcanzable, deseo de descansar.

Días que pasan sin realmente haber tenido principio ni fin, solo una hilera de somnolientas e improductivas horas para un par de adultos incapaces de dedicar una mañana o una tarde entera a entregarse libremente al delicioso placer del sueño. Así pasan los primeros meses de ser padres, en una mezcla de extasis y agonía.

De las muchas cosas que la maternidad me ha enseñado, una es lo mucho que los seres humanos dependemos del sacrifico de otros para poder existir. Absolutos incapaces siquiera de sostener el peso de nuestra propia cabeza, cómo habría alguien de exigirnos que con un mes de vida ya sepamos distinguir que a la luz le corresponde la actividad y la oscuridad, el sueño?.

La noche pasa entre caminar alrededor de la casa y contemplar las ventanas vecinas: ahí está la gente -bendita gente- que ahora duerme, y ahí está la que como uno se mantiene en vigilia. Y yo no puedo evitar pensar que detrás de cada ventana, detrás de cada almohada donde alguien ahora mismo apoya una cabeza entregada a la inconsciencia; detrás, en fin, de cada durmiente, hay o hubo un día una madre, un padres, un alguien, que alguna vez debió pasar interminables noches de desvelo para cuidar que su paz no fuera interrumpida…

Febrero de 2019:
Diez de la mañana. Paso por aquí para ver cómo andan las cosas en este mi olvidado blog y me encuentro esta nota que nunca terminé de escribir. Sin duda el cansancio de aquellas primeras semanas de ser mamá lo impidió.

En ese entonces la maternidad era la responsable de que yo anduviera todo el día somnolienta y agotada, de que me olvidara las cosas y confundiera las ideas. Ahora, meses más tarde, vuelvo a estas letras para constatar que la maternidad ya no me trae tan a mal andar. Ya duermo buenas noches de sueños (que por supuesto, con una bebé de seis meses todavía no son noches ininterrumpidas, pero son noches de sueño al fin) y ya no confundo las ideas, ya puedo sentarme a trabajar e incluso a revisar de vez en cuando este blog.

De cualquier forma, a lo largo de estos seis meses he ido haciendo colección de textos inconclusos y aún quedan muchísimas cosas que no consigo retomar, como mi relación constante con este blog. Pero en contrapartida, el motivo de mis desvelos ya tiene dos dientes, ya casi gatea, ya come avena, zanahoria, calabaza, ya se ríe con mis tonterías y me mira con una fascinación que nadie me ha mirado jamás. Así que ahí voy. Seguiré coleccionando textos incompletos por algún tiempo, y quien sabe cuándo volveré a dormir una noche completa de sueño. Pero por ahora que espere el blog y espere el sueño, que yo estoy disfrutando esto de ser mamá.

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