Septiembre

Quien quiera capturar lo que he de relatar aquí tendrá que comenzar por pintar el lienzo de su imaginación de marrón, y habrá de dejar su paleta con ese único color por el resto de la historia.

Septiembre es el peor tiempo en Brasilia. Septiembre es un mes suspendido, que se aguanta el aliento y no respira ni deja a los demás respirar. Para cuando llega septiembre ya han pasado meses y meses sin llover y la ciudad solo vive mirando al cielo, suplicando, sino por una gota de agua, al menos por una nube que ofrezca algo de sosiego al sol inclemente. Pero en septiembre no hay lluvia, ni nubes, solo el sol y el viento que sacude los árboles asustados por el peligro de morirse de sed. En septiembre no llueve ni por milagro.

Para visualizar la seca, no basta con pintarse la cabeza de color marrón, por que no basta con verla, hay que sentirla. Hay que imaginarse el dolor de cabeza, la nariz árida, las manos ásperas como lijas, manos con las que no se acaricia al ser amado por temor a herirlo.

La mancha del jugo de naranja que se le derramó a uno en la vereda en junio, sigue ahí en septiembre. Siguen ahí los garabatos que uno dibujó en la calle del barrio en mayo mientras jugaba con los niños. A las plantas las abrazan telarañas que ninguna gota de agua ha venido a destruir. De los árboles enjutos cuelgan hojas temblorosas que más parecen cartones corroídos y arrugados que no se sujetan a las ramas, levitan sobre ellas.

Abajo de esas pocas sobrevivientes yacen todas las hojas que ya cayeron antes víctimas de cualquier viento. Yacen ahí; no en graciosas montañitas de tonos otoñales en las que uno podrá acostarse y soñar con primaveras. Yacen sin gracia ni romance, en su uniforme color marrón, crujiendo como patatas fritas con cada pisada de los transeúntes. Yacen sin que nadie las recoja, no por falta de piedad sino por hacerle al menos ese simple favor a la tierra que necesita ese tapete de hojas para soportar los estériles vientos de septiembre y no acabar por cuartearse y volverse igual de estéril.

Septiembre es un mes para pasar anhelando octubre. Y a veces, cuando la seca es aún más inclemente, también octubre se vuelve un mes para anhelar noviembre.

En septiembre en Brasilia no se vive, se espera y se sueña con el día en que finalmente el cielo se le caerá a uno encima como un techo viejo y lloverá, lloverá y lloverá al punto de inundar calles, de ver árboles derribados por la ferocidad de la tormenta, al punto de andar siempre con los zapatos encharcados, al punto de encontrar lodo hasta en la cama… pero nunca al punto de olvidar la seca, nunca al punto de anhelar septiembre.

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