Tokio, 1 de noviembre:
Ayer terminó Halloween y hoy ya comenzó la Navidad a toda máquina. Y eso que estamos hablando de un país Budista donde Navidad solo significa un pastel y un tazón de pollo KFC. Como sea, en este planeta consumista tan pronto se acaban las calabazas y los disfraces que vender, aparecen los árboles de Navidad y los Papá Noel.
Pero he de confesarlo: comenzó la Navidad y yo no podría estar más feliz. El año pasado no pude viajar a Ecuador para compartir la fiesta con mi familia como le he hecho religiosamente por tres décadas, así que resolví ignorar todo lo que tuviera que ver con la fecha. Fingí que en el 2014 simplemente no había existido Navidad. Pero este año voy a Ecuador y con pasaje comprado ya en el bolsillo me he autorizado a disfrutarlo todo, a emocionarme con cada lucecita y cantar cada villancico que escuche (y hay que ver cómo ponen villancicos en las tiendas en Tokio, hasta volverlo a uno loco). Hoy me he autorizado a estar estúpida y desbordadamente feliz, porque este año yo también celebraré Navidad.
Más de tres años fuera de Ecuador y la época de finales de año todavía sigue siendo la más extraña de esta vida de expatriada. Como una ola incontenible me llega la felicidad, que va creciendo conforme se acerca el momento de volver a abrazar a la familia. Llegan los días en Ecuador y la ola se convierte en un tremendo tsunami. Tantos abrazos, tantas comidas añoradas, tantas pláticas eternas y caminatas por la ciudad que cada año crece sin mí para verla. Y luego la ola pasa, el monigote del año viejo se quema, el árbol de Navidad se desmonta y yo tengo que subirme de nuevo en el avión.
Me toma días recuperarme de la resaca emocional y hacer que el corazón me vuelva a latir al ritmo normal. Sin embargo, no hay ecuación para resolver este problema. La nostalgia posterior es un pago obligatorio de la alegría de esta época. Cuando un Océano nos separa de los que amamos, no hay manera de que una cosa exista sin la otra.
Sin embargo, un coctel para ser realmente bueno no puede ser únicamente dulce, tiene siempre un toque amargo que realza todos los demás sabores. Así que con ese coctel dulce y un poquitín amargo al final, hoy le hago un brindis a la época navideña y le doy la bienvenida a la ola de emociones que dentro de poco se me vendrá encima. ¡A su salud señora Navidad, venga usted con todo!
PD: Por si no lo leyeron entonces, les dejo mi relato de 2014 sobre la peculiar manera de los japoneses de «celebrar» Navidad: No se queden sin darle un vistazo: «Una navidad con sabor a pollo KFC»
Que maravilla amigaaaaa!!!!! Voy a poder verte!!!!
Que hermoso amigaaa!!!! voy a poder verte!!!!
Definitivamente amiga!!!!!