Tras las huellas del hombre de la selva

Vive entre los árboles absolutamente solo y gobernando los bosques de dos remotas islas asiáticas. Este es un artículo sobre el misterioso  hombre de la selva en Borneo, una historia que fue publicada el pasado mes de marzo en el Ecuador, en las páginas de la querida revista Mundo Diners.

La remota isla de Borneo en el sudeste de Asia es un lugar peculiar, no solo por ser la tercera isla más grande del mundo, sino especialmente por su prehistórico bosque tropical. Se cree que existe desde hace 140 millones de años, lo que significa más del doble de tiempo que lleva en pie nuestra Amazonia. Pero quizás su característica más importante es ser el hogar de un individuo a la vera de la desaparición, un sujeto misterioso, único y tremendamente solitario, un ser llamado simplemente de “hombre de la selva”, quien según las antiguas leyendas locales si no habla es tan solo para que no lo obliguen a trabajar.

En busca de ese “hombre de la selva” (u orangután, que significa exactamente lo mismo en el idioma malayo) he emprendido mi expedición por Borneo. Mi recorrido comprende un reducido perímetro de la selva de Sandakan, en el este de la isla.

Tan pronto arribo, mi guía Hassam me anuncia que una vez que dejemos el pequeño puerto y nos aventuremos por las aguas del río Kinabatangan, no habrá más televisión, teléfono, internet, ni aire acondicionado para soportar los 40 grados del calor de la tarde. Más angustiante, no obstante, resulta su advertencia de que es probable que no hallemos ningún orangután en todo el tiempo que estemos aquí. Y es que en los tiempos que corren, ver uno en estado salvaje es prácticamente imposible. Para lograrlo solo quedan dos lugares en todo el mundo a donde ir: Borneo o la isla de Sumatra en Indonesia.

Tras hacer todo el camino hasta aquí, hacen falta un par de vuelos internos, un par de viajes por tierra, otro par de viajes por barco y finalmente horas de paciencia mirando las copas de los árboles a la vera del río, e incluso así no hay garantías de que se llegue a ver uno solo de estos solitarios simios. Con todo, cuando se va uno a dormir con el sonido de los insectos haciendo fiesta en medio de la selva, queda el consuelo de saber que están ahí, en alguna parte, y que a pesar de los infortunios aún quedan algunos orangutanes libres en el mundo.

Tan pronto el barco deja el mar abierto y se adentra en los vericuetos del río Kinabatangan, el bosque se descubre lleno de ojos. Aunque el hombre de la selva no ha salido a nuestro encuentro, su reino está repleto de una enorme comunidad animal, feliz de dejarse ver. “Tenemos más de 200 especies de mamíferos aquí. Este bosque es el hogar de muchas plantas y animales endémicos, como el elefante rosado, el leopardo de Borneo y el rinoceronte de Sumatra, además de 13 diferentes tipos de primates”, comienza a explicar Hassam con evidente orgullo, mientras el barco desacelera para admirar al primer actor que ha salido a escena, un actor con el que nos encontraremos varias veces en nuestro camino, sin nunca cansarnos de verlo.

Es un mono, pero luce más como un personaje de fantasías, una especie de Pinocho peludo y pelirrojo. Su nombre científico es nasalis larvatus, pero aquí en Borneo -el único lugar en todo el mundo donde habita- lo llaman tan solo de “mono narigudo”, por su larga y abultada nariz, que en el caso de las hembras es fina y respingada.

A diferencia del orangután que siempre está solo, el narigudo vive en grupos de al menos 10 miembros. Eso sumado al hecho de que nunca se aleja demasiado de la vera del río, hace que sea fácil observarlo y provoque la ilusión de que quedan muchos por aquí, aunque en realidad es un animal en peligro de extinción, como tantos otros en Borneo.

Mientras dejamos atrás una familia de narigudos y el barco continua el recorrido, Hassam me explica que a inicios del siglo XIX los colonizadores holandeses llegaron aquí, con sus largas narices y sus rostros rosados de buen europeo. Los habitantes locales no pudieron evitar hacer comparaciones y desde entonces al narigudo se lo conoce también como “mono holandés”.

Tras llegar a nuestro modesto hostal y en los días que siguen, Hassam y yo montaremos diariamente la canoa para patrullar el bosque, en una pertinaz búsqueda por el hombre de la selva. En nuestro recorrido hallaremos narigudos, cocodrilos, aves y una variedad de pequeños primates. Pero estamos al borde de una tortícolis luego de horas contemplando las copas de los árboles y no hay pistas del orangután por aquí. Los días pasan y ronda la pregunta ¿dónde está este misterioso personaje; en qué esquina del bosque se ha escondido?. La respuesta tiene poco de misterio y mucho de una lamentable realidad.

El imperio de la palma

Las estadísticas de las organizaciones ambientalistas son bastante desalentadoras para pensar que Hassam y yo tendremos oportunidad de ver un orangután en estado silvestre. En los últimos 20 años, más del 80% del hábitat natural de este animal ha sido destruido. Debido a la tala de bosques y los incendios forestales, actualmente la población de orangutanes en Borneo se ha disminuido a la mitad de lo que era hace unos 60 años.

Solo en lo que va de 2015, los incendios han tenido tales proporciones que sus emisiones de CO2 se han podido sentir en países vecinos como Singapur y la zona continental de Malasia. Lo más alarmante es que se cree que la mayoría de estos incendios habrían sido provocados, con el fin de desaparecer los bosques originarios y poder utilizar el terreno para la agricultura, principalmente para el cultivo de palma. Malasia e Indonesia producen el 85% de todo el aceite de palma que se consume en el mundo. Un buen porcentaje de esa producción se cultiva aquí, en la isla de Borneo.

Bastan unas horas recorriendo las aguas del Kinabatangan, para encontrarse con los inconfundibles árboles de palma. Hectáreas y hectáreas de monocultivo se extienden a la vera del río, ahí donde años atrás había solo bosque tropical y orangutanes. “Ellos viven, duermen y comen en los árboles, casi nunca están en la tierra y las palmas no les sirven ni para alimentarse ni para vivir”, apunta Hassam mientras nuestro canoero intenta alejarse tan rápido como puede del lamentable panorama.

Pero el panorama es lamentable incluso más allá de lo que Hassam y yo podemos ver. Actualmente, unos 20 mil orangutanes están en peligro debido a la tala ilegal y el indiscriminado cultivo de palma. Y aunque han habido iniciativas para establecer una producción sustentable en la isla, el avance de la industria es imparable. El aceite de palma es un componente importante en un gran número de alimentos procesados, así como detergentes, jabones y otros productos de uso cotidiano. La FAO estima que dentro de cinco años la demanda mundial de este insumo se duplicará. Paradójicamente, antropólogos de la Universidad de Harvard han advertido que en el mismo lapso de tiempo es posible que en Borneo ya no queden más orangutanes en estado silvestre.

Amante de la soledad

Cerca del río Kinabatangan, se encuentra uno de los principales santuarios de orangutanes en Borneo. El Centro de Rehabilitación de Sepilok recibe a todos los hombres de la selva que han sido expulsados de ella, ya sea porque los incendios forestales los obligaron a escapar o porque la tala ilegal los dejó sin hogar. También es la guardería de aquellos que se quedaron huérfanos demasiado jóvenes. El orangután es uno de los mamíferos que más tiempo se tarda en independizarse de la madre, sus críos pueden vivir con ella hasta los 6 años y en el caso de las hembras incluso más. El único modo de separarlos es matar a la madre, una práctica común entre los traficantes de animales que comercian los bebés como mascotas.

Todas las mañanas, los turistas se aglomeran expectantes en la plataforma de observación del centro de rehabilitación. A eso de las 10:00 los guarda parques depositan comida en medio de los árboles y al cabo de unos minutos los orangutanes comienzan a llegar para el desayuno. Para muchos visitantes esta es la única oportunidad de ver al hombre de la selva fuera de un zoológico. Él por su parte se dedica a su pequeña rutina matutina con total indiferencia frente a la manada de simios con ropa que se apretuja en el mirador para contemplarlo comer.

Por un largo rato ningún espectador quiere moverse de ahí. Resulta admirable ver sus manos, sus movimientos y sus actos tan similares a los nuestros. No en vano el orangután comparte con el hombre más del 90% del mismo ADN. Comparte también una extraordinaria capacidad de aprendizaje que ha maravillado a los expertos a los largo de los años. Dos orangutanes del zoológico de Atlanta, por ejemplo, han llegado a aprender a usar una pantalla táctil y son capaces de operar un sencillo videojuego. Orangutanes del zoológico de Leipzig en Alemania, en cambio, han demostrado ser capaces de actos de reciprocidad, calculando costos y beneficios de un intercambio de favores, algo que ningún otro animal, además del ser humano, es capaz de hacer. Otros han desarrollado capacidades elementales de comunicación, aprendiendo signos básicos y usándolos para expresarse. Pero con todo y su notable inteligencia, el hombre de la selva no ha sido capaz de evitar su extinción.

Con la visita al centro de rehabilitación concluye mi estadía en esta parte de Borneo. Hassam me ayuda a cargar mi equipaje en la pequeña canoa y zarpamos de nuevo rumbo al mar abierto y al puerto que me devolverá a la civilización. Pero la isla no me quiere dejar ir sin otorgarme un breve encuentro con el místico dueño de sus tierras. Luego de unos cuantos minutos de viaje, soy yo misma quien de casualidad consigue divisar una mancha marrón entre el verde de los árboles. El canoero desacelera y nos encontramos de pronto ante un macho grande y saludable, sentado solitario en la rama de un árbol, ocupándose de sus asuntos, sin saber que hemos pasado días tras sus huellas.

Por varios minutos los dos hombres y yo nos quedamos absortos contemplando el orangután en su inmensa soledad. Nosotros una raza tan sociable jamás podríamos concebir una vida de tanto ostracismo. Mientras los otros animales se mueven en manada, mientras todos escogemos siempre vivir en familia, el enigmático orangután se ve feliz en medio de la quietud y el silencio de su vida ermitaña.

Luego del breve encuentro, la canoa vuelve a ponerse en marcha. Atrás se queda el orangután, sentado solo mientras cae la tarde en la isla de Borneo, solo frente a su basta selva, solo ante el avance de la industria, solo para resistir su inminente desaparición.

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