Salvo que uno sea Shakespeare, es difícil hablar de amor sin resbalar un poco (o generalmente mucho) en lo cursi. De todos modos, este día haré el intento de pasar por el asunto sin caer tanto en la gelatinosa pista de la cursilería. Si no lo logró, estará en ustedes disculparme.
He de advertir que siempre fui una romántica. Siempre pensé que el amor tenía que llegarle a uno como un ladrillo en la cabeza. Sé que hay amores que se alimentan a cucharaditas y van creciendo con el tiempo, pero enamorarse para mí siempre fue algo que tenía que llegarle a uno como un tornado que pusiera todo patas arriba. En eso siempre creí y eso fue exactamente lo que me sucedió. Y aquí daré mi primera resbalada, pero debo decir que el mío fue un amor de sopetón, de quedar flechada tras la primera palabra, de enamorarse literalmente a primera vista.
Han pasado varios años desde que ese ladrillo me cayó encima y aún tengo pajaritos en la cabeza y mariposas en el estómago. El amor solo se ha ido haciendo más grande con cada día que pasa. Y aunque también se ha ido haciendo más racional, nunca he olvidado que comenzó como un tornado que me llevó a levitar en el aire.
Gracias a ese amor he recorrido el mundo, he cambiado mi vida y he debido aprender algunos idiomas en el camino. Ahora más o menos puedo decir que hablo francés y gracias al francés he dado con un maravilloso hallazgo que me ha conmovido al punto de quererlo compartir aquí.
En esos primeros días cuando andaba yo en las nubes, había una única canción que insistía en escuchar obsesivamente y de la cual entonces solo entendía el coro:
Je t’aimais, je t’aime et je t’aimerai”
Hoy la pesqué por casualidad y por primera vez la entendí. Seis años después, hoy descubrí que todo lo que esa canción decía era justamente lo que entonces yo prometí y lo que aún hoy prometo: por esta vida y por todas las que están por venir, tú serás siempre mi único proyecto.
Bendicones bonita! Que ese amor esté lleno de mucha luz…
Bendiciones bonita, qué ese amor esté siempre lleno de luz…