A una mezcla de vino caliente hirviéndose en la olla, castañas tostándose en la paila y queso derretido, así es el aroma que caracteriza los mercaditos navideños que se apoderan de las ciudades alemanas y de varias suizas durante el mes de diciembre.
Incluso varias semanas antes de que oficialmente comience el invierno, el frío ya es lo suficientemente desalentador para salir de casa y los días son cada vez más y más cortos. Ahora mismo amanece a las 08:20 y el sol se pone a las 16:40 y aunque no llueve tampoco se ve nunca el cielo azul y la neblina es dueña de la ciudad. Con un clima así es fácil sentirse desanimado de querer despegarse del sofá y salir, pero he ahí el gran encanto de los mercados navideños. No se trata solo de celebrar Navidad, se trata de tener una excusa para aprovechar el tiempo aunque el propio tiempo no contribuya.
Los famosos mercaditos se constituyen de una serie de casas de madera aglomeradas ya sea en el centro de la ciudad, en el malecón o en alguna plaza. Cada casita es más pintoresca que la otra, todas llenas de luces y decoración. Hasta que llegue la Navidad permanecen abiertas todo el día y todos los días (un milagro en Suiza donde muchos comercios cierran ya desde el sábado) y son el lugar ideal para ir a disfrutar de cualquier clase de indulgencia gastronómica, comprar regalos o solo ir a pasear, especialmente después de la puesta del sol cuando las luces se iluminan y el lugar parece una aldea de cuento de hadas.
En esta mi primera Navidad en Europa resolví recorrer tantos mercados como me fuera posible. Comencé con el de Montreux, cerca de Ginebra donde las decenas de casitas de madera se extienden a todo lo largo del malecón junto a la linda vista del lago Lemán. El siguiente fin de semana fui más lejos y conocí los mercados de Berna y Lucerna, que conservan sus propias tradiciones típicas. La que más me llamó la atención fue la preparación y venta de panes con forma de muñequitos, exactamente igual a nuestras “guaguas de pan” típicas del Día de los Muertos, solo que aquí la bebida caliente que los acompaña no es una colada morada sino un vino hervido con especies o un jugo caliente de manzana, al cual se le puede agregar ron, calvados o whisky.
En la ciudad de Zúrich decidí pasar la noche en un hotel para poder ver el ritmo nocturno de su gran mercado navideño. Alrededor de las 21:00 cuando las familias con niños van dando paso a los grupos de amigos, la fiesta se pone animada al calor de bebidas como el Baileys con chocolate caliente, algo que ya desde el nombre se advierte, es un verdadero delirio!.
Mi tour navideño terminó en Múnich, pues ningún recorrido habría estado completo sin una visita a un tradicional mercado alemán. En Múnich no hay uno, ni dos, ni tres mercados, hay decenas por toda la ciudad. Cada barrio parece tener el suyo y cada uno tiene su propia personalidad. Comenzamos con el mercado “hippie” que se conforma de una serie de carpas de circo aglomeradas en la misma explanada donde se realiza el famoso festival de la cerveza Oktoberfest. Aquí el árbol navideño es hecho de una montaña de bicicletas antiguas.
En el centro histórico, uno de los más grandes mercados de la ciudad se expande alrededor de una hermosa construcción gótica desde cuyas terrazas coros vocales animan la fría noche. Pero sin duda uno de los más pintorescos mercados de Múnich es el medieval, también en el centro histórico, donde todas las casas, los objetos que se venden y hasta los vasos para beber el vino son de época. Aquí en lugar de luces son antorchas reales las que iluminan cada local y, por supuesto, todos los que atienden están elegantemente vestidos con ropa de época, de modo que basta entrar para dejarse transportar en el tiempo.
Quedé encantada con la experiencia, a pesar de que los fines de semana no me alcanzaron para visitar los mercados franceses, como el de Estrasburgo que me han dicho es muy lindo, ni otros célebres de Alemania como el de Friburgo o, por supuesto, los de Berlín. Paradójicamente mi tour concluyó justo en el mismo día que uno de los mercados berlineses fue víctima de un horrible atentado, que empañó la Navidad de muchas familias, obligó al mercado a cerrar y nos arrastró a todos a recordar los álgidos y difícil momentos que vivimos hoy.
Tiempos sombríos parecen aguardar por nosotros en 2017, pero estoy convencida de que es nuestro deber impedir que triunfe la oscuridad por encima de la luz. No sé bien cómo, pero sé que debemos hacerlo, del mismo modo que en invierno sobrellevamos los días tan cortos con el corazón alimentado por la esperanza de que en Primavera se nos devolverá el sol.
Feliz Navidad a mis pocos pero queridos lectores y un año de luz, de mucha luz para todos nosotros.